Con cierta ironía, la famosa sentencia de Sócrates antes de su muerte sobre el saber -su saber- implica la aceptación de que los saberes son siempre acercamientos, nunca formas terminadas de aquello hacia lo cual uno se acerca.
¿Perogrullo? Sí, y sin embargo, sin mucha práctica.
El pensamiento oriental siempre ha sugerido -así como lo podemos resumir a muy grandes rasgos- que cuando se ha llegado a completar un saber, no es éste el que se ha agotado, sino su recipiente. Sin duda, éste recipiente debe reconocer que no puede más albergar una nueva enseñanza si no se vacía de las que rebosa.
De ahí que, como resume el maestro Samurai, Takuan, «hay que desaprender lo aprendido». ¿Qué es lo que esto representa?
Esta experiencia, sin duda, personal, es precisamente de lo que se trata: el «desaprendizaje» como camino para nuevas experiencias y conocimientos -por decirlo de alguna manera-.
En una adaptación sencilla, este vaciamiento consiste en desligarse de los prejuicios. De hecho, vista de esta manera, la idea consiste en un principio hermenéutico (algo más de la filosofía de occidente), así como Roman Ingarden lo concibe en su libro La obra de arte literaria.
Ingarden dice (parafraseo) que debemos entrar al texto sin prejuicios, atendiendo a lo que éste nos presenta para poder entenderlo. Así, puede darse pie a la interpretación.
Sin embargo, y regresando a lo que Takuán pudo haber querido decir, la interpretación consistiría tan sólo en un estadio del proceso de vaciamiento. Interpretar, pienso, es también una forma de «volver a llenar» el recipiente del conocimiento, cualquiera que sea este. Pero no el desaprendizaje como tal.
Desaprender es, tal vez, menos que un ejercicio intelectual. Podría ser, un acto de humildad al tiempo que deseo y amor por el saber mismo.